Querida Carlota:
Tardé muchísimo en responderte. Tu sabes en
parte por qué. Ahora la foto se llenó de nieve. Todo se llenó de nieve. Antes
fantaseaba con la nieve pero ahora que se ha vuelto pastosa y sucia y está por
todos lados me la quiero quitar de encima. Nunca pensé que la nieve sería algo
que me quisiera quitar de encima.
Además la nieve me trajo otra cosa, que no me
esperaba: la certeza ineludible de que me encuentro muy lejos. Sé que es tonto
que diga esto porque es más que obvio que estoy lejos. Pero a veces, entre el
Twitter y las emisiones de César Miguel Rondón que pongo cada vez que me
levanto temprano gracias a una aplicación en mi celular, entre las
conversaciones con mi familia en el Skype (a veces simplemente le pido a mi mamá
que deje la computadora ahí mientras cenan, para recoger los sonidos de mi
antigua casa), más el Toddy y el Diablito en mi despensa…a veces se me olvida
que estoy tan lejos. Tengo muchas cosas aquí que me recuerdan a Venezuela, que
me hacen sentir cerca; muchas conversaciones con Novio, muchos planes que los
hacíamos parecidos en Caracas, los olores cuando cocino siguiendo al pie de la
letra a Scannone (que ya verás un día, no es nada fácil seguirlo al pie de la letra).
La nieve rompe con toda esta familiaridad. Miro
por la ventana y lo que veo es un inmenso manto blanco que se me pierde de
vista, veo un paisaje que me es completamente extraño. La nieve es algo con lo
que nunca he estado en contacto y al mojarme las botas apenas salir de mi casa
es como si me diera una cachetada diciéndome “date cuenta, termina de darte cuenta de que te fuiste y estás en este
lugar cubierta de nieve”.
Apartando la nostalgia, si la metáfora sirve,
me parece que todos, sin importar dónde estamos, nos llenamos un poco de nieve
en estos meses. Nos pusimos en blanco sin saber qué pensar ni cómo reaccionar a
los eventos que nos superaron, que nos cubrieron, que nos envolvieron sin
remedio. Entiendo tu guayabo post- electoral. Lo entiendo porque yo también lo
viví, a mi manera. Entiendo que tu guayabo fue peor que el mío. Y supongo, se
hizo peor con los resultados de Diciembre. Perdimos un evento electoral y
ganamos – perdimos otro. Además tenemos un presidente no- presidente que no
sabemos si está o no está, si vive o no vive, si vendrá o no el diez de Enero. Sé
que probablemente el modo en que las instituciones resuelvan este lío que la Constitución (que no
es así una cosa ejemplar la
Constitución del 99) no previó; no será de mi agrado.
Yo hace tiempo que dejé de ver noticieros. Hace como cinco años inclusive. Descubrí
que ver noticias en la tele me ponía nerviosa y es raro que vea la declaración
de alguien en Youtube a no ser que sea una cosa extraordinaria como el día en
que Chávez le dijo al país que estaba enfermo. O los discursos de Capriles en
la campaña (¿No te parece que eso fue hace mil eras cuando en realidad fue hace
solo dos meses?) – El tiempo pasa muy rápido en Venezuela. Pasa muy rápido
también para la gente como yo que sin estar en Venezuela físicamente, parte de ellos se quedó allá.
Venezuela es como un novio. Es verdad. Yo dejé
a ese novio porque pude y porque seguí a quien me importa mucho más que el país y sus líos. Ahora no sé si pienso en Venezuela del mismo modo que la pensaba
antes. Antes de irme, Venezuela para mí era caos y falta de oportunidades y
puertas cerradas una tras otra. Ahora es todo eso que no tengo y extraño, y que
lo tuve y no me di cuenta lo suficiente de lo chévere que era tenerlo: familia,
amigos, queso blanco, un lugar al que perteneces y conoces bien por muy hostil
que sea, apio, empanadas, jugos naturales, playa y el clima. Cuando te saquen la cantaleta de que Caracas tiene un clima privilegiado, es verdad. Comprobado y recontra-comprobado por esta servidora.
Aquí tenemos un amigo peruano. Su esposa
(casi esposa, se casa en estos días y ella se viene con él ahora en Enero) es
abogado tributarista. Los venezolanos nos distrajimos hablando de lo difícil
que es convertirse en abogado en Estados Unidos y de que no aceptan ninguna reválida
y cómo muchas veces acá hay que considerar cambiar de carrera. Nuestro amigo
nos detuvo “nada de eso. Yo pienso pasar aquí unos cuatro años como máximo y
luego nos regresamos al Perú”... “No sabes la cochina envidia que te tengo” – Dije de pronto y no en el tono más amigable. Se me salió. No sé si fue el alcohol pero él no se lo tomó a mal. Me miró con condescendencia y me dijo que lo entendía.
Hicimos un ejercicio: ¿Qué hubiera pasado si
este gobierno nunca hubiera existido? – La conclusión fue simple: estaríamos
como nuestro amigo peruano. Nuestro amigo que trabajó en su país para una
multinacional y reunió suficiente dinero para no tener que pensar en deudas
durante su postgrado. Nuestro amigo para el que la estadía en Estados Unidos es
temporal y no tiene las angustias que nosotros tenemos: el no saber cuándo
veremos a nuestras familias, cuándo probaremos la comida que nos hace falta.
“Imagínate” – Agregó el peruano con los
ojos brillantes, lleno de orgullo – “Perú tiene ya quince años de democracia. ¡Quince años!
Nosotros no lo podemos creer” – Me encogí de hombros – “Imagínate. Nosotros
tuvimos cuarenta y cinco” – "No sabía que habían sido tantos" - Sus comentarios me llenaron de tristeza y de
esperanza a la vez. También ellos estuvieron mal, y consiguieron levantarse. No es que en Perú están boyantes pero están mejor, hay que admitirlo. Así
ha pasado con muchos países de América Latina. Y qué remedio tenemos sino creer
que así tal vez, también puede pasarnos a nosotros.
Yo al menos, llámame loca, lo creo.
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