viernes, 28 de diciembre de 2012

Cuestión de Fe


Querida Carlota:

Tardé muchísimo en responderte. Tu sabes en parte por qué. Ahora la foto se llenó de nieve. Todo se llenó de nieve. Antes fantaseaba con la nieve pero ahora que se ha vuelto pastosa y sucia y está por todos lados me la quiero quitar de encima. Nunca pensé que la nieve sería algo que me quisiera quitar de encima.

Además la nieve me trajo otra cosa, que no me esperaba: la certeza ineludible de que me encuentro muy lejos. Sé que es tonto que diga esto porque es más que obvio que estoy lejos. Pero a veces, entre el Twitter y las emisiones de César Miguel Rondón que pongo cada vez que me levanto temprano gracias a una aplicación en mi celular, entre las conversaciones con mi familia en el Skype (a veces simplemente le pido a mi mamá que deje la computadora ahí mientras cenan, para recoger los sonidos de mi antigua casa), más el Toddy y el Diablito en mi despensa…a veces se me olvida que estoy tan lejos. Tengo muchas cosas aquí que me recuerdan a Venezuela, que me hacen sentir cerca; muchas conversaciones con Novio, muchos planes que los hacíamos parecidos en Caracas, los olores cuando cocino siguiendo al pie de la letra a Scannone (que ya verás un día, no es nada fácil seguirlo al pie de la letra).

La nieve rompe con toda esta familiaridad. Miro por la ventana y lo que veo es un inmenso manto blanco que se me pierde de vista, veo un paisaje que me es completamente extraño. La nieve es algo con lo que nunca he estado en contacto y al mojarme las botas apenas salir de mi casa es como si me diera una cachetada diciéndome “date cuenta, termina de darte cuenta de que te fuiste y estás en este lugar cubierta de nieve”.

Apartando la nostalgia, si la metáfora sirve, me parece que todos, sin importar dónde estamos, nos llenamos un poco de nieve en estos meses. Nos pusimos en blanco sin saber qué pensar ni cómo reaccionar a los eventos que nos superaron, que nos cubrieron, que nos envolvieron sin remedio. Entiendo tu guayabo post- electoral. Lo entiendo porque yo también lo viví, a mi manera. Entiendo que tu guayabo fue peor que el mío. Y supongo, se hizo peor con los resultados de Diciembre. Perdimos un evento electoral y ganamos – perdimos otro. Además tenemos un presidente no- presidente que no sabemos si está o no está, si vive o no vive, si vendrá o no el diez de Enero. Sé que probablemente el modo en que las instituciones resuelvan este lío que la Constitución (que no es así una cosa ejemplar la Constitución del 99) no previó; no será de mi agrado.

Yo hace tiempo que dejé de ver noticieros. Hace como cinco años inclusive. Descubrí que ver noticias en la tele me ponía nerviosa y es raro que vea la declaración de alguien en Youtube a no ser que sea una cosa extraordinaria como el día en que Chávez le dijo al país que estaba enfermo. O los discursos de Capriles en la campaña (¿No te parece que eso fue hace mil eras cuando en realidad fue hace solo dos meses?) – El tiempo pasa muy rápido en Venezuela. Pasa muy rápido también para la gente como yo que sin estar en Venezuela físicamente, parte de ellos se quedó allá.

Venezuela es como un novio. Es verdad. Yo dejé a ese novio porque pude y porque seguí a quien me importa mucho más que el país y sus líos. Ahora no sé si pienso en Venezuela del mismo modo que la pensaba antes. Antes de irme, Venezuela para mí era caos y falta de oportunidades y puertas cerradas una tras otra. Ahora es todo eso que no tengo y extraño, y que lo tuve y no me di cuenta lo suficiente de lo chévere que era tenerlo: familia, amigos, queso blanco, un lugar al que perteneces y conoces bien por muy hostil que sea, apio, empanadas, jugos naturales, playa y el clima. Cuando te saquen la cantaleta de que Caracas tiene un clima privilegiado, es verdad. Comprobado y recontra-comprobado por esta servidora. 

Aquí tenemos un amigo peruano. Su esposa (casi esposa, se casa en estos días y ella se viene con él ahora en Enero) es abogado tributarista. Los venezolanos nos distrajimos hablando de lo difícil que es convertirse en abogado en Estados Unidos y de que no aceptan ninguna reválida y cómo muchas veces acá hay que considerar cambiar de carrera. Nuestro amigo nos detuvo “nada de eso. Yo pienso pasar aquí unos cuatro años como máximo y luego nos regresamos al Perú”... “No sabes la cochina envidia que te tengo” – Dije de pronto y no en el tono más amigable. Se me salió. No sé si fue el alcohol pero él no se lo tomó a mal. Me miró con condescendencia y me dijo que lo entendía.

Hicimos un ejercicio: ¿Qué hubiera pasado si este gobierno nunca hubiera existido? – La conclusión fue simple: estaríamos como nuestro amigo peruano. Nuestro amigo que trabajó en su país para una multinacional y reunió suficiente dinero para no tener que pensar en deudas durante su postgrado. Nuestro amigo para el que la estadía en Estados Unidos es temporal y no tiene las angustias que nosotros tenemos: el no saber cuándo veremos a nuestras familias, cuándo probaremos la comida que nos hace falta.

“Imagínate” – Agregó el peruano con los ojos brillantes, lleno de orgullo – “Perú tiene ya quince años de democracia. ¡Quince años! Nosotros no lo podemos creer” – Me encogí de hombros – “Imagínate. Nosotros tuvimos cuarenta y cinco” – "No sabía que habían sido tantos" - Sus comentarios me llenaron de tristeza y de esperanza a la vez. También ellos estuvieron mal, y consiguieron levantarse. No es que en Perú están boyantes pero están mejor, hay que admitirlo. Así ha pasado con muchos países de América Latina. Y qué remedio tenemos sino creer que así tal vez, también puede pasarnos a nosotros.  

Yo al menos, llámame loca, lo creo.